UNA POLÍTICA LITERARIA

Por: Alejandro Rubiano.

 

En la medida que uno se adentra en el hábito de la lectura, comienza a descubrir los caminos infinitos que hay por conocer, así cada género se extiende en autores, periodos y posiciones, que ni la vida alcanza para leer todo ni vale la pena quedarse leyendo una sola categoría.

Considero que soy un lector imparcial, soy público fácil y aunque cada tanto cierro libros con los que no logré conectarme, son más los que he logrado terminar y disfrutar. En mi vida como lector he tenido una política personal que creo que me ha funcionado para no caer en esnobismos y tener menos inconvenientes abriendo un libro y es, pensar que cualquier cosa que haya hecho el autor, es lo que quiso hacer, por eso yo no puedo decir si es buena o no, simplemente me gusta o no.

Dicen que uno se va encontrando con lo que quiere ver, y aunque tiene mucho de cierto, desde hace un tiempo para acá, he estado teniendo una percepción parecida cada vez que termino un libro: esto no se parece a la realidad.

Tengo muy claro que el ejercicio de escribir, por mas que sea humano, no tiene como único fin retratar la realidad, por el contrario, muchas de las mejores historias que nos han dejado en libros, son resultado de un esfuerzo altísimo por tratar de extender la experiencia humana con creatividad e imaginación. Sin embargo, desde mi vivencia como lector, veo cada vez más amplia la zanja entre la vida y lo escrito de ella.

Si gran parte del valor cultural que hemos acumulado mientras permanecemos juntos en sociedad, se encuentra en libros: creencias religiosas, fundamentos de los Estados, literatura, ciencia, biografías, leyes y todo cuanto se ha querido dejar como testimonio de civilización, ¿por qué no nos estamos comportando en coherencia a esos libros?

Entiendo que la respuesta viene con muchas alternativas de respuestas, como que las creencias religiosas y los fundamentos de Estado han degenerado en fanatismos perjudiciales para el hombre, que la historia ha sido narrada por los victoriosos o que hay conocimiento que ya no explica el mundo de hoy y su vigencia es obsoleta, y con eso estoy de acuerdo. Sin embargo, soy creyente que todos somos capaces de hacer y ejercer la capacidad de discernir (ejercicio que se fortalece leyendo :D) entre lo valioso y lo perjudicial, y por eso, tenemos la oportunidad de seguir construyendo a partir de lo que se encuentra en los libros.

En mi opinión, hay leyes y guías que aún hoy pueden funcionar, como amar al prójimo igual que a uno mismo, o que se puede aprender de la complejidad de las emociones leyendo a un enamorado en una novela, también que los grandes hombres de la antigüedad eran valorados por sus virtudes, que los héroes siempre tienen motivaciones nacidas en la solidaridad y que al mal siempre lo vence la inteligencia.

Estoy convencido que la posibilidad de tener mejores líderes políticos, establecer mejores relaciones para la vida en sociedad o el simple hecho de respetar las normas tal y como son, está íntimamente relacionado con nuestro compromiso en alimentar nuestra existencia explorando lo escrito; aquello que de alguna forma se construyó para dar a conocer un poco más lo que como humanos compartimos. La ruptura más grave entre lo escrito y lo que vivimos, viene del ejercicio de desconocer lo que podría ser, como está en los libros.

Reconozco que por leer a Cicerón no van a mejorar nuestras leyes, ni que leer por entretenimiento no nos aporte a estructurar mejor nuestro lenguaje, lo que si tengo por cierto, es que hacer todas estas lecturas y hacer el ejercicio de confrontarlo con la realidad, como un cerco, resultará encerrando a la inconsciencia e ignorancia que es el espacio para que el egoísmo y la injusticia crezcan, que podemos escoger mejores héroes.

Leer para comparar nuestra realidad, nos permite encontrar teorías, personajes y propuestas positivas para el mundo de hoy también, encontrar que las ideas opuestas a las nuestras también tienen fundamentos y que el desencuentro cuando es argumentado termina en la tan positiva tolerancia y convivencia.

Entenderán que mi intención no es decir que literatura y realidad deben ser una sola, por supuesto que no, tampoco ser idealista y no reconocer que hay aspectos de la vida social que están lejísimos del alcance de nuestra individualidad, el propósito es darle una motivación e intención a nuestro ejercicio literario que si se hace con disposición, (sin esnobismos) seguro nos va convencer que cada vez que cierre un libro, estoy teniendo una participación activa en el mundo.

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